25/4/07

Historia de los Faros

Los inicios. El faro de Alejandría.

Como aparece el fuego encendido en un sitio solitario de la cumbre de un monte a los navegantes que vagan por el mar, abundante en peces, porque las tempestades los alejaron de sus amigos; de la misma manera, el resplandor del hermoso y labrado escudo de Aquileo llegaba al éter”. Así compara Homero, en el canto XIX de La Ilíada, el escudo de Aquiles con el fuego que alumbraba a los navíos que surcaban las oscuras noches del Mediterráneo desde lo alto de un monte.

Así eran los primeros “faros” de la historia, hogueras colocadas en lugares estratégicos cuya función no era otra que servir de guía a los navegantes, carentes al caer la noche de los puntos de referencia utilizados durante el día. Normalmente se situaban en lo alto de un monte próximo a la costa, de manera que fuesen visibles desde el mar. Se construían estructuras que elevaran las fogatas y que protegieran el fuego de situaciones temporales adversas, que podían apagarlo dejando así al marino huérfano en la noche. Un ejemplar de este tipo de estructuras (a las que todavía no podemos llamar faros) sería el Coloso de Rodas, empezada por el escultor Cares de Lindos y terminada por Lachus, aproximadamente en el 280 a.C.; era una figura de bronce desnuda, cuyo brazo derecho alzaba una copa en la que se colocaba una hoguera, a la cual se accedía por unas escaleras situadas en el interior del “coloso”. Estaba situada en la entrada del puerto de Rodas y se podía divisar en todo el horizonte, hasta que un terremoto en el 225 a.C. destruyó la obra que no volvió a erigirse.

Tal era la importancia de estas señales en una civilización volcada al mar, que llegaron a construir templos en su honor, rindiéndoles culto e incluyéndolos en la mitología griega. El origen de los faros no era muy difícil de imaginar, ya que resultan imprescindibles para la navegación durante la noche, y el fuego ha sido siempre un recurso muy usado por el hombre desde su descubrimiento. Pero, ¿de dónde proviene su nombre?, pues proviene de una torre recubierta de mármol de unos 160 metros de altura, que se erigió en la isla de Pharos, situada al oeste de la desembocadura del Nilo y frente a la ciudad de Alejandría.

El Faro de Alejandría fue el faro más famoso del Mediterráneo, y fue considerado una de las siete maravillas del mundo. Se construyó bajo el reinado de Ptolomeo II, y el encargado de su construcción, en el año 285 a.C., fue el arquitecto e ingeniero Sóstrato de Cnido (que hizo grabar en la base de la torre las siguientes palabras: Sóstrato de Cnido, hijo de Dimócrates, a los dioses salvadores, por aquellos que navegan por el mar). Según la leyenda, Sóstrato buscó durante mucho tiempo, para los cimientos, un material que resistiese el agua del mar, y finalmente construyó el faro sobre gigantescos bloques de vidrio.

La torre tenía una base cuadrada y se dividía en cuerpos cada vez más pequeños; en lo alto se situó una pequeña mezquita, a la que se accedía por una rampa en espiral. El fuego, alimentado con leña y resina, se encendía en la azotea de la mezquita, en la parte más alta; junto al brasero se colocaba una especie de espejo con forma de lente, que se ponía delante de la llama para proyectar la luz a mayor distancia. Gracias a un sistema de iluminación ideado por Arquímedes, dicha luz se podía ver desde una distancia de unas 25 millas en noches de buena visibilidad.

El faro quedó totalmente destruido en el año 1349, después de sufrir un progresivo deterioro ocasionado por el paso del tiempo y algunos terremotos, que han ocultado para siempre sus ruinas.
La fama del Faro no pasa desapercibida para las diferentes culturas que han surcado el Mediterráneo, pues de él encontramos representaciones en monedas romanas (de la época de Domiciano las más antiguas), en mosaicos, en vasos griegos y en otros objetos de la época, los cuales constituyen una importante fuente de información. A través de todo este material podemos afirmar la existencia de una estatua y unos tritones que adornaban la torre y de los que salía vapor a presión con la finalidad de emitir un sonido a modo de sirena que guiara a los barcos en caso de poca visibilidad.
El faro despertó la estimación de algunos y el odio de otros. Cuando los árabes conquistaron Egipto, en el IX, continuaron utilizando el famoso faro. Por otro lado, un emperador de Constantinopla, para dificultar la navegación de los árabes, decidió destruirlo, pero al carecer de fuerza para enfrentarse al califato, recurrió a la astucia. La historia cuenta que envió un emisario al califa Al-Walid, con la consigna de hacerle creer que había un gran tesoro en la base de la elevadísima torre. El mandatario se creyó la farsa y mandó la demolición del faro. Antes de la total destrucción, quizás advertido por alguien del engaño, hizo suspender el derribo cuando ya se había demolido una gran parte.

Asimismo su importancia no ha pasado desapercibida para autores como Plinio, que dejó una estupenda descripción de la construcción, o como César que consideraba el faro como la puerta de Egipto, símbolo del comercio y de la energía de la ciudad, y también símbolo del orden urbano que Alejandro Magno sembró a través de Oriente. No podemos olvidar que Alejandría fue en su tiempo la ciudad más importante del mundo, poseía la mayor biblioteca conocida, era famosa por sus mercados y almacenes. En ella descansa el mismo Alejandro (fundador de la ciudad que lleva su nombre) y ha sido cuna de diferentes culturas y religiones, pues en ella se han erigido las primeras sinagogas, templos de sectas esotéricas, burdeles fastuosos, palacios blanqueados, iglesias de monjes quimeristas y reposo de restos de mártires, como las reliquias de San Marcos. En este entorno de enormes proporciones, transcurría el tiempo a una velocidad devoradora que hacía de Alejandría el lugar más excitante de la tierra.

No hay duda de que el faro de Alejandría fue el más famoso de todos sus tiempos, por ello fue el que dio nombre a este tipo de torre con luz que se ha ido perfeccionando a lo largo de los siglos hasta llegar a nuestros días. Pero no fue el único, pues los romanos sembraron de faros el litoral mediterráneo, de los cuales tenemos noticias por restos arqueológicos que desvelan su emplazamiento o por autores que mencionan su existencia. En estas fuentes nos encontramos torres de faros de diferentes formas y tamaños según su situación, alimentados por fuegos de leña, resina o aceite de oliva. Podemos encontrar evidencias de faros romanos en Italia (como el faro de Ostia, el de Mesina, el de Capri), Francia (como el de Marsella o la Torre de Orden, mandada construir por Calígula,), Inglaterra (como el de Dover en el paso entre la Galia y Britania o el Faro de Orden, en el paso entre Inglaterra y Francia), Grecia y las costas de Asia y del norte de África (como el de Cartago o Laodicea).

La evolución en España y Baleares.

Por supuesto también encontramos faros romanos en España, entre los que se encuentra el más famoso de todos ellos, la Torre de Hércules en Coruña. Faro construido en el siglo II d.C., de 58 m de altura y situado en un cerro que se eleva 50 m sobre el nivel del mar, es el más antiguo de los faros que hoy en día siguen funcionando. Al igual que el faro de Alejandría, ha sido protagonista de numerosas historias, tanto de galeses, como irlandeses o escoceses. Alfonso X el Sabio mandó colocar un espejo de cobre en lo alto de la torre, en el cual se podía divisar todo el horizonte, revelando la presencia de cualquier barco que surcase sus aguas.

Además, en cierta obra de su autoría se atribuye la construcción del faro a la fundación de la ciudad de Brigantium, una vez Hércules venció al gigante Gerión, cuya cabeza se enterró en los cimientos de la torre. Durante la Edad Media se cree que el faro perdió su uso marítimo, al convertirse en fortificación y hasta el siglo XVII no se encargó su restauración arquitectónica (por parte del Duque de Uceda) a Amaro Antune, que construyó una escalera de madera que atravesaba las bóvedas hasta la parte superior donde situó dos pequeñas torrecillas para soportar los fanales. Pero habrá que esperar hasta el reinado de Carlos IV ver la reconstrucción completa, que modificará la estructura original de la torre romana.

Otro de los faros españoles más antiguos, es el faro de Chipiona, mencionado por Estrabón en el siglo I. Es el más alto de España, con 69 metros de altura y 344 peldaños. Está situado en la desembocadura del Gualdalquivir, en la costa de Chipiona, orientando así a los navegantes que quieren adentrarse en el río, advirtiéndoles de la existencia del arrecife de Salmedina y de la Punta del Perro.

Y no podemos dejar de mencionar el que ha sido uno de los faros más antiguos del Mediterráneo, el faro de Porto Pí, en Palma de Mallorca. Fueron los romanos quienes situaron el puerto de la ciudad en Porto Pí, pues lo trasladaron a este enclave natural por ser éste más funcional que el anterior, también natural. El faro fue remodelado y desplazado de nuevo por los musulmanes, y en el s.XIV los cristianos construyeron el primer puerto no natural. La construcción de una fortificación en Porto Pí obligó a retirar el faro de aquella zona en el siglo XVII.

Dejando de lado la descripción de algunos de nuestros faros, veamos qué sucedió con ellos con el avance de los siglos. Con la caída del imperio romano, el comercio se paralizó y Europa entró en un período de guerras que impidieron el desarrollo social y económico; por tanto no se conservan faros de esta época, pues no se construyeron, y muchos de los existentes desaparecieron.
A partir del siglo XII se reactivó la navegación y el comercio, lo que provocó la necesidad de construir nuevos faros, a la vez que se reanudó el funcionamiento de otras torres ya existentes, como fue el caso del faro de Porto Pí, del que acabamos de hablar.

En el siglo XVIII se reemplazó la combustión de leña para iluminar los faros, pasando a utilizar las lámparas de aceite con mechas tubulares y chimeneas de vidrio, que se verían sustituidas más tarde por cristales de aumento. Se cuenta que en este momento los agricultores mallorquines debían contribuir al mantenimiento de la luz del faro de Porto Pí con una determinada cantidad de aceite. Es en esta época cuando se conforma la imagen actual que tenemos de los faros, en el que se suceden numerosos avances científicos, que influirán en su evolución.
Será ya en el siglo XIX cuando se avance en la óptica de los faros, de mano de Agustín Fresnel, que introduce el sistema dióptrico, en el cual los rayos de luz son enviados a través de lentes esféricas rodeadas de prismas anulares. Años después, T. Stevenson mejoró la invención de Fresnel, insertando una lente delante de un reflector, produciendo así la luz llamada catadióptrica.
En cuanto a temas de legislación, debemos esperar hasta el año 1842, en el que se constituyó la Comisión Permanente de Faros, encargada entre otras cosas de discutir acerca del sistema que debe regir la edificación y servicio para los faros de España, hoy en día llamada Comisión de Faros. Cinco años después, se aprobó el primer Plan de Alumbrado Marítimo de las costas españolas, del que proceden la mayor parte de los faros que hoy existen en nuestro país. Y en 1851 la reina Isabel II fundó el legendario Cuerpo Oficial de Torreros de Faros, que establecía la primera escuela profesional en La Coruña.

No hemos hablado todavía de la figura del farero, alimentador de fuegos siglos atrás, técnico de mantenimiento de sistemas electrónicos hoy en día. De todos ellos la imagen que ha quedado en nuestra retina, gracias al Romanticismo, no es otra que la del farero luchando contra la tormenta, con su impermeable. Los avances tecnológicos han hecho innecesaria la presencia permanente de los fareros (que antaño tenían su residencia en la misma edificación) aunque la mayoría de los faros conservan aún las sirenas de alarma que despertaban al farero cuando sucedía una emergencia. De todos modos, cuando la electrónica falla y se produce el apagado de un faro, la presencia humana vuelve a ser tan necesaria como en otros tiempos para girar las lámparas manualmente y cronometrar la frecuencia de los destellos con un simple reloj de muñeca.

En definitiva, los faros han sido la luz de las noches de la historia de la humanidad, veladores del bienestar de nuestros marinos, sufriendo las inclemencias del tiempo que han provocado en muchas ocasiones verdaderas catástrofes humanas, porque al apagarse la luz del faro, muchas vidas también se han apagado. Y como reza la leyenda, estos náufragos se encargan de gritar con voz de sirena, alejando a los barcos de la costa durante las noches de niebla.

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